La luna

La luna en astrología se considera junto al sol un planeta importante de nuestra personalidad, que asociado a la energía femenina o Ying (aquí hacer incapié que en astrología lo femenino o masculino no está necesariamente asociado a un sexo binario “hombre o mujer”) configura nuestra vitalidad emocional como nutriente esencial del alma.
No son pocas las veces que me pregunto qué pasaría en una vida sin este fabuloso astro; ¿sería algo así como un sistema robotizado donde cada uno desempeñaríamos una vida mecanizada?. La palabra “sentir” se borraría de nuestro vocabulario, los afectos serían requisados y sería muy difícil guiarse en la oscuridad. La luna nos otorga toda la magia necesaria para poder transmutar la energía en emociones mediante las que establecer conexiones a un nivel mas interno pero dinámico; al ser ciclos rápidos, es muy probable que la luna nos lleve a pasar por todas las gamas de emociones en un corto periodo de tiempo, desde la alegría mas absoluta hasta la tristeza o la melancolía, quedándose en el mejor de los casos como en las mareas cuando sube y baja en nostalgia o en un gran entusiasmo. Es el planeta con los ciclos mas rápidos de todo el sistema solar, por lo que permite mover una gran amplitud de energía en periodos cortos de tiempo para que en algún punto nos permita conectar o empatizar con los otros, avivar así tanto las impresiones como también las percepciones de nuestro entorno y fijarlas en la memoria a través de una emoción, resistir a una cristalización excesiva de la realidad, y es que el influjo lunar nos anima a fluctuar con el cambio sintiendo la necesidad de iniciar nuevas fases a la vez que damos salida a otras. Esto no quiere decir que el ritmo lunar sea el mismo ritmo para todos, depende pues, de la calidad celeste de la luna tanto en aspectos como en su holgura por los signos que transita. Este bello astro nos afina el instinto ancestral para poder blindarnos ante una situación de alarma o de emergencia, como si de un núcleo materno se tratara, el influjo lunar nos impregna de sensaciones que de manera ineluctable quedarán fijadas a nuestra memoria hallando su máxima expresión en el instinto de protección, que no es otro que el aprendizaje innato desarrollado a través de la epigenética y el aprendido mediante el binomio percepción-sensación configurando un sistema vital de nutrición: patrones que como si de un recuerdo primitivo se tratase y ejecutados de manera inmediata, nos brindarán el alimento necesario a niveles muy sutiles de nuestro subconsciente para así poder tratar de asegurarnos la supervivencia.